Art Brut: la defensa de lo diferente
- Silvia Reyes
- 6 nov 2017
- 3 Min. de lectura
Aunque a menudo el campo artístico ha sido asociado con el esnobismo de las elites sociales, el cerco viejo del sistema le permitió al pintor francés Jean Dubuffet en la segunda mitad de la década de los cuarenta, la creación de un movimiento artístico denominado como “Art brut” o “Arte marginal”. Esta propuesta se caracterizó por intentar liberarse de toda la cultura artística convencional, convirtiéndose así en una suerte de “antiarte” en donde tanto niños como personas autodidactas, pacientes diagnosticados con alguna enfermedad mental y demás marginados sociales, pudieran expresar símbolos y significados propios sin sentirse obligados a responder de acuerdo con los estándares impuestos por el gremio.
De tal modo, el autor defendía la capacidad creativa inherente de todas las personas sin distinción de sexo, clase, raza o formación académica y la cual era aplastada sistemáticamente por los métodos educativos y las limitaciones sociales, produciendo así la anulación de obras originales y espontáneas. De tal manera, dedicó una buena parte de su trabajo a difundir las prolíficas exposiciones de la “gente humilde con especiales cualidades para la creación personal”, tales como Heinrich Anton Müller, Edmund Monsiel, Madge Gill, Aloïse, Émile Ratier, Augustin Lesage, entre otros.
Al respecto, Kuspit (2006) se cuestiona si Dubuffet se habrá dado cuenta de que todos los seres humanos son inherentemente dementes, pues indica que tenía “una inmensa hambre de imágenes libres de la patología de la civilización occidental”, libres de líneas armoniosas, de pretensiones estéticas y significados artísticos, pues estas producciones podían ser humanamente importantes si le hablaban de forma auténtica al espíritu, si lograban atraer la mirada y vincular afectivamente a los individuos comunes y corrientes más allá de una razón intelectualizada; es así como comenzó a coleccionar “art brut” inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, en un intento de restaurar la salud de Occidente, pues la salud “siempre existe en otras sociedades, más primitivas, menos sofisticadas, más raras, más exóticas que la civilización sofisticada, conocida, banal sociedad de uno mismo” (p.104).
Si partimos que en el espacio artístico las sociedades se reflejan y se describen a sí mismas dando nacimiento a nuevas prácticas de significados, entonces el Art Brut puede comprenderse también como una lectura transgresora del cuerpo, como una descarga de estados emocionales específicos, así como un cuestionamiento reiterado sobre la identidad propia y la del otro.
En este sentido, Dubuffet indicaba que “la civilización occidental podría aprovechar las lecciones dadas por estos salvajes… pudiera ser que en muchas zonas sus soluciones y sus vías, otrora consideradas como simplistas, pudieran a largo plazo correr mayor suerte que las nuestras. Por lo que a mí respecta, yo tengo en gran estima los valores de los salvajes: instinto, pasión, capricho, violencia, demencia”.
De tal manera, esta mirada artística se construye como una alternativa viable para estudiar y trabajar el cuerpo interconectado con las emociones, pues la materia prima de sus obras no son propiamente los materiales utilizados, sino las historias de vida que le dan contexto.
Puede considerarse que este movimiento le lleva una ventaja considerable al arte academicista al ser consistente en su objetivo de servir como medio de expresión que enaltece la capacidad de sentir, logrando abordar la realidad desde una profundidad emocional íntima y transformando las etiquetas sociales en posibilidades de denuncia social del sistema que aprisiona las subjetividades.
Se busca entonces rescatar la identidad extraviada en el limbo de lo intelectualizado para reinventarlo en sus espacios cotidianos, para comunicar bajo el revestimiento de la marginación testimonios sin consideraciones, nuevas formas interdisciplinarias en las prácticas liminales donde se aprecia una agudeza intuitiva impresionante capaz de materializar lo irrazonable, de ser intolerantes ante las paradojas de los dobles mensajes para descanonizar nuestros supuestos saberes, valores y métodos de acción como sociedad.
Se busca formar un puente comunicacional entre el autor, los ejecutantes y el espectador, no nada más en la transmisión de ideas abstractas, sino que invita a formar parte del ritual artístico de lo extravagante, incitan a involucrarnos con su causa, que bien mirada podría tener también mucho que ver con lo que nos sucede a los “no marginados”.
Consulta:
Kuspit, D. (2006). El fin del arte. México. Editorial Akal.

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