Los deseos de la terapeuta
- Silvia Reyes
- 3 jul 2018
- 3 Min. de lectura
Quiero compartirles algo que ha estado recorriendo mis ideas últimamente. Como terapeuta me es re útil saberme ambiciosa; con un propósito muy claro que se erija como la columna vertebral de mi labor y en la cual pueda hallarle un lugar a mis valores, acciones, compromisos y proyectos de vida: esforzarme por dar lo mejor de mí y que mis consultantes puedan sentirlo, palparlo como quien recibe un regalo en las manos. Esforzarme implica dar el mejor servicio posible a mis consultantes, que queden satisfechos y que mi trabajo vaya incluso un paso adelante: que se sientan contentos de haberme encontrado a mí y no a alguien más. Así de ambiciosa soy, no lo puedo evitar, será que lo aprendí de mi propio terapeuta que fluía bajo la pedagogía del cuidado, en donde por momentos sentía como si realmente me hubiera sacado la lotería al tener quien escuchara atento y me recordara la importancia de tocar tierra cuando me sentía volando siempre aprisa, acompañada de una cálida tisana de arándano, jamaica y manzana. Estos terapeutas cuidadosos también me formaron en la maestría de quienes aprendí que es lindo conmoverme con quien tengo en frente y hacérselo saber en el momento en que lo siento, que sin importar qué un regulador importante de mi trabajo es atender siempre el cuidado de mi persona como terapeuta. Y esto a veces uno lo aprende a la mala, como cuando el cuerpo me avisó en forma de gastritis que no podía seguir llevándome las historias de mis consultantes a casa. Dar lo mejor de mí en mi labor ha ido desde el diseñar un espacio que te invite a habitarlo con agrado, a seleccionar cuidadosamente los aceites esenciales que sirvan como bálsamo a las palabras, a hacer tuyo ese rato compartido con una desconocida a la que poco a poco le abres la puerta de tus historias y que te escucha aunque se le ocurran miles de cosas que decir, la que ha aprendido a preguntar con curiosidad sobre ti antes de atreverse a afirmar algo que no sabe, la que le pone seso y corazón a la terapia porque le ha quedado claro que la labor sin corazón es como un cuerpo sin espíritu, y junto con cada uno de mis consultantes he aprendido a amar, respetar y cuidar lo que hago. A amarme, respetarme y cuidarme porque yo soy mi principal herramienta de trabajo. Dar lo mejor me cuestiona todo el tiempo y me invita a tomar decisiones: que a veces es mejor acompañar desde el silencio, otras reír a carcajadas aunque retumbe la sala de espera, que elijo el desafiar esas historias que nos dicen que a la terapia sólo se asiste a tratar "temas serios" tras una solemne cara de plato, que doy cuenta de cómo las historias de mis consultantes se cruzan con las mías y que está chingón compartirles que su terapeuta escucha metal y que hay una serie buenísima en Netflix que no se pueden perder, que cuando sus historias me llegan, ni modo, las lágrimas también y que no se acaba el mundo si me permito el dejarme fluir con ellas. Dar lo mejor de mí implica no creerme súper heroína, que cuidar al otro,como diría una colega argentina, no quiere decir que yo los cambie, los cure o los salve. Al contrario, que el acompañar en terapia es tener el gran honor de que las personas te abran su corazoncito y te inviten a ser testigos de su cambio, de que la terapia invita a que se aparezcan las quejas y los recursos por igual, y de cómo no sólo mi voz terapéutica los acompaña más allá de la sesión, sino cómo sus palabras se me aparecen mientras como un helado, con la fuerza de un huracán. Con una sonrisa les comunico cómo me gusta ser terapeuta, con todo y que no haya salario fijo, con todo y que no siempre salgan las cosas como una espera, con todo y lo que aún no conozco porque está por venir. ¡Abrazos!

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